LOS VERSOS DE FERNANDO VALVERDE
PARA LA NOCHE EN BLANCO DE GRANADA
Fernando Valverde nació en Granada en 1980. Entre sus libros de
poemas destacan Viento favorable, Madrugadas o Razones para huir de una ciudad con frío (Visor, 2003). Con su último libro, Los ojos del pelícano, también publicado en España por Visor y que ha
sido editado en México, Colombia y Argentina, obtuvo el prestigioso Premio
Emilio Alarcos del Principado de Asturias. Además, ha recibido galardones como
el Federico García Lorca, el Antonio Machado y el Juan Ramón Jiménez. Es uno de
los fundadores del movimiento Poesía ante la incertidumbre (Visor, 2011), que se originó a
raíz de la publicación de una antología con el mismo nombre.
Sus poemas han sido traducidos a varios idiomas y publicados en
países como México, Italia, Colombia, Argentina, El Salvador, Estados Unidos, Bélgica, Ecuador, Bolivia, Nicaragua,
Perú, Costa Rica o Chile, entre otros. Como crítico ha preparado la
antología Poesía del Siglo XX en El
Salvador (Visor, 2012) y una edición de poemas de Derek Walcott. Es doctor
en Filología Hispánica y licenciado en Filología Románica. Trabaja como
periodista cultural en el diario El País.
En palabras de Luis García Montero, su poesía “profunda, clara y
estilizada provoca admiración como los mejores manantiales de la lírica”. En el
mismo sentido, Benjamín Prado ha señalado que “meditativa y exacta, clara y
enemiga de la liviandad, la poesía de Fernando Valverde se abre paso a la vez
hacia el oído, el ojo y la conciencia del lector, logrando la ecuación que
exigía Paul Valéry del buen poema: una mezcla perfecta de sonido y sentido”.
Para el colombiano Darío Jaramillo, los poemas de Valverde son “hermosos,
entrañables, muestra de piedad por los otros y despiadados con quien testimonia
o recuerda”.
CELIA
A Celia, nacida hoy
No conoces la
lluvia ni los árboles,
pero ya eres
un bosque.
Hoy que
comienza el mundo para ti,
que se pueblan
tus ojos con el mar,
que todos te
reciben como en una estación
donde se
espera siempre,
que es
principio y asombro,
mapas que no
aseguran un lugar donde ir.
Hoy que el
mundo comienza,
tristeza
inadvertida,
eres el tiempo
limpio,
el olor a
madera y el silencio,
las preguntas
sin sombras
y el amor sin
orgullo
del que ha
perdido todo.
Es esa mi
certeza,
las olas, el
océano,
tu risa que es
un pájaro.
Has traído el
murmullo de un recuerdo,
los pies
pequeños, como pequeño
es el rastro
de nieve que has dejado
en las horas
de enero.
Cómo será la vida cuando crezca en tus manos
con la
fragilidad de las buenas noticias,
como un pez
que se escurre para volver al río.
Una tarde
cualquiera,
con la misma
sorpresa que un amor,
vas a sentir
la brisa que ha tocado los árboles
con su
cansancio antiguo.
Hay veces que
es rugosa y escuece como un fósforo
cuando
enciende un recuerdo…
Tus manos
brillan,
no hay sombras
ni puñales,
puedo ver los
cometas
arañando la
noche
como un barco
que zarpa y se adentra en la niebla.
La vida es una
casa donde habita un extraño,
un jardín del
pasado al que no volverás,
una orilla que
buscas con miedo a los fantasmas.
Pero también
la vida
es una luz
detrás de una ventana
cuando la oscuridad
ocupa cada
hueco y cada continente.
Esta noche es
oscura,
el tren busca
unos brazos
que están al
otro lado de las horas.
Mientras, pienso
en el modo de decirte
que los sueños
son parte de nosotros
como un
embarcadero es un viaje.
Porque ya eres
un bosque,
y hay
delfines, y lagos, y montañas,
y amores
imposibles
que se
llamarán Celia.
Alguien dice
tu nombre en el futuro
y se llena de
gente una casa vacía,
todos se
sientan a la mesa.
Ya lo habrás
olvidado,
fue la
felicidad quien sembró este dolor,
fue la
felicidad igual que una tormenta
sobre un vaso
vacío.
Cuando lleguen
el miedo y la desesperanza,
y todas las
cerezas hayan caído al barro,
y las gaviotas
griten
el olvido
imposible de una mujer herida
que siente que
avanzar es quedarse más sola…
Si todo esto
sucede
recuerda la
manera en que la lluvia
se convierte
en un árbol
y el modo en
que las olas
son el final
del agua y el principio del mar.
No conoces el
mar, ni el barro, ni los árboles,
pero ya eres un bosque por el que pasa un
río.
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