miércoles, 30 de octubre de 2013

LA POESÍA DE ANTONIO ENRIQUE PARA LA NOCHE EN BLANCO DE GRANADA

Ofrecemos en esta nueva entrada del blog de La noche en blanco de Granada, los versos del poeta Antonio Enrique, recogidos también para la Antología La luna en verso de esta primera edición de este singular evento. 






LA POESÍA DE ANTONIO ENRIQUE 
PARA LA NOCHE EN BLANCO DE GRANADA




ANTONIO ENRIQUE (Granada, 1953), de la Academia de Buenas Letras de Granada. Como poeta publicó su primer libro en 1974, Poema de la Alhambra, al que siguieron otros dieciocho hasta la fecha, entre los que se cuentan La ciudad de las cúpulas, Los cuerpos gloriosos, Las lóbregas alturas, Órphica, El galeón atormentado, La Quibla, Beth Haim, El sol de las ánimas, Santo Sepulcro, El reloj del infierno, Silver shadow, Viendo caer la tarde y Cisne esdrújulo.
   La Armónica Montaña (Akal, 1986), Kalaát Horra (Muñoz Moya, 1991; reeditada Las praderas celestiales, Comares, 1999), La luz de la sangre (Osuna,1997; Quadrivium, 2008), El discípulo amado (Seix Barral, 2000), Santuario del odio (Roca, 2006), La espada de Miramamolín (Roca, 2009), El hombre de tierra (Padaya, 2009) y Rey Tiniebla (Almuzara, 2012) constituyen sus novelas, siendo autor asimismo de Cuentos del río de la vida (1991 y 2002).
   Como ensayista destacan sus libros Tratado de la Alhambra hermética (1988, 1991, 2005; edición inglesa, 2007), Canon heterodoxo (2003 y 2012), Los suavísimos desiertos (2005), El laúd de los pacíficos (2008) y Erótica celeste (2008). Presidente honorario del Instituto Iberoamericano de Estudios Andalusíes. Reside en Guadix donde ha desempeñado tareas docentes y está al cuidado del aula Abentofail de poesía y pensamiento.






                                                                 POEMA VII






El dolor, criatura preciosa.
Límpida en su manera de tajar,
certera en cómo parte por dentro.
Enamorémonos del dolor.
Convoquémoslo, asistámosle,
hagámoslo el rey de nuestra vida.
Él es nuestra pasión, él vive dentro
y permanece. ¡Nos es fiel
hasta la muerte, él sí, por fin!
Qué amargura sentir el dolor
y no disfrutar de esa limpieza
de sus filos, de ese tino implacable
que nos hace desvariar y enloquecer.
Sólo el dolor se alza
con júbilo en este mundo.
Sólo él resiste.
Y es bello, como pueda serlo
expirar
tras una vida de errores.
Mira como el dolor galopa
y le falta tierra. Un caballo, una yegua,
el potro que les sigue, no bailan
como el dolor cuando se desboca
hasta los confines.
Y no tiene quien admire ese pasmo
de hacer, con su cuerpo, lo que quiere.
¡Ave, Dolor, iris, lirio,
colibrí!
¡Tú sí vales!


                                                      (De Crisálida sagrada)




                                                                       CODA






El maestro de danza da
con el bastón
en las piernas de las bailarinas.
Una y otra vez con su bastón,
contra las esclavas.
Hay que complacer a los grandes
de este mundo, los ricos, los poderosos,
la realeza más infame.
Y vosotras no sois más que carne
para despertar la carne marchita.
Esto es la fama por dentro.
Un sembrado de hospitales,
asilos y manicomios.
Y así el maestro de danza con su bastón
y su chistera va, su levita y su reloj.
Ellas se tragan el gemido
bajo la barra dura
de madera seca
contra las piernas.
Negros hematomas irrumpen
en la carne de primor.
Por eso llevan medias blancas.
Por eso todas las bailarinas del mundo
calzan medias blancas.

                                                  (De Cisne esdrújulo)








                                                     LOS OJOS DE LA PERRA








Hoy he visto a Dios
en los ojos de una perra.
Ni se movía,
apaleada;
ni se movía
porque habían querido quemarla.
Quemarla porque sí,
por diversión.
Hoy he visto a Dios
en sus ojos mansos
y asustados.
En esos ojos que no entienden.
Y en su cuerpo maltrecho
con sus huesos viéndose
a través de las costras de sangre.
Y lo que he visto de Dios
era también asombro;
asombro de no saber por qué.
Y no poder hacer nada.
Dios, el Todopoderoso,
no puede librar al hombre
de su inútil sufrimiento.
Ni a una perra de la maldad
de los seres humanos hechos
a su imagen y semejanza.
Por eso estaba triste Dios
en los ojos de la perra.




                                                                  (Inédito)


Antonio Enrique











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