Centra nuestra sección de poesía del blog de La noche en blanco de Granada el poeta de Villafranca del Bierzo (León) Juan Carlos Mestre.
LA POESÍA DE JUAN CARLOS MESTRE
EN LA NOCHE EN BLANCO DE GRANADA
Juan Carlos
Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957), poeta y artista visual, es autor
de varios libros de poesía y ensayo, como Antífona
del Otoño en el Valle del Bierzo (Premio Adonáis, 1985) La poesía ha caído en desgracia
(Colección Visor, Premio Jaime Gil de Biedma, 1992) o La tumba de Keats (Editorial Hiperión, Premio Jaén de Poesía, 1999).
Su obra poética entre 1982 y 2007 ha sido recogida en la antología Las estrellas para quien las trabaja
(2007). Con su anterior entrega poética La
casa roja (Editorial Calambur, 2008), obtuvo el Premio Nacional de Poesía
2009. De reciente aparición es La
bicicleta del panadero (Editorial Calambur, 2012) por el que recibió el
Premio de la Crítica. En el ámbito de las
artes plásticas ha expuesto su obra gráfica y pictórica en galerías de España,
EE.UU., Europa y Latinoamérica. En 1999 obtiene una Mención de Honor en
el Premio Nacional de Grabado de la Calcografía Nacional, y semejante
distinción en la VII Bienal Internacional de Grabado Caixanova 2002, Premio Internacional
de Arte Gráfico Atlante 2009 y III Premio Internacional de Grabado Dinastía
Vivanco en el 2010.
TODOS LOS LIBROS LLENOS DE PALABRAS
Y todos los libros llenos de palabras
y
todos los calendarios llenos de días
y
todos los ojos llenos de lágrimas
y
llena de nubes la cabeza de todos los mares
y
llenos de coronas y puntapiés todos los relojes de arena
y de
jirafas molidas todos los pechos condecorados
y
todas las manos llenas de verano y caracoles marinos
y
todos los dormitorios llenos de manojos de explicaciones
y de
pantalones disecados las sillas en todos los prostíbulos
y
todos los huecos llenos de público
y
todas las camas llenas de electrocutados
y
todos los animales llenos de espíritu y pánico
y de
feroces gritos los árboles en todos los aserraderos
y
todos los tribunales llenos de testimonios
y
todos los sueños llenos de sacacorchos
y
llenas de chicas todas las estrellas
y
todos los libros llenos de palabras
y
todos los calendarios llenos de días
y
todos los ojos llenos de lágrimas
y
todas las peceras y todos los pupitres y todas las cenas íntimas
y
todos los razonamientos llenos de indudables edificios
y toda
la primavera llena de moscas y crisantemos
y
llenas todas las iglesias y todos los calcetines y todas las peluquerías
y
todas las mujeres llenas de gloria
y
llenos también de gloria todos los hombres
y
todas las perreras llenas de ángeles
y
todas las llaves llenas de puertas
y
todos los bazares llenos de ratones
y
llenos de barrenderos todos los cuadros
y
llenas de estiércol todas las escobas de la patria
y todas
las cabezas llenas de radiografías e intríngulis
y
llenas de luz todas las subestaciones eléctricas
y
llenos de amor todos los manicomios
y
todos los cementerios llenos de salvavidas
SALMO DE LOS
BIENAVENTURADOS
Bienaventurado el que a los cuarenta años aún
no ha conocido la recompensa y llama
virtud al cordón de un zapato,
el hombre
sin convicción que tumbado en la hierba pasa el día durmiendo y discute
sobre
el esfuerzo con los saltamontes.
Bienaventurado el que soporta el préstamo de
la verdad, el excavado en piedra y el
que construido en paja es
alternativamente señor de la nada y rey de un solo vasallo.
Bienaventurado tú que sin llamarte Juan no
eres otro que Juan el explícito, el padre
del aire cuyos hijos heredarán los
molinillos de viento.
Bienaventurado el que ha pasado la noche con
la insignificancia, porque embellecido
por la privación será de él alguna vez
la ausencia,
el que es vecino de dos bocas, el de la voz
menuda al que le falta un diente, el
hombre sin pretexto que tuvo un asno, una
boina, un chivo.
Bienaventurado el que ante el argumento de la
pólvora tuerce su hocico de linterna y
habla alto, el que paga su aullido con
la vida, el que en un instante es articulación de
lobo y árbol de rodillas.
Bienaventurado el pájaro cuyo canto despierta
el corazón de una madre en las ramas
de la tristeza.
Bienaventurado el manco y su violín de
oxígeno, la abeja del azúcar que liba la
corteza de los licores blancos.
Bienaventurado el viajero que vaga en lo
concéntrico y traduce el límite, la fertilidad
del sacrificio, la teología de
las medallas de la luna.
Bienaventurado el que emigra al borde de su amor, porque de él será
la extraña fruta
del animal del sábado.
Bienaventurado el esqueleto de Rimbaud y su
pájaro influyente, único héroe en el
festín del cráneo.
Bienaventurado el que ante la alusión de los
espejos se vuelve pensativo y
amablemente azul sus lágrimas ignora.
Bienaventurado lo inmortal del muerto, la
excusa del sombrero y su balido, el
repentinamente desahuciado en el paladar de
tablas de la muerte.
Bienaventurada la golondrina de madera que le
late al niño antes de conocer el sexo.
Bienaventurado el aire de la soledad del
péndulo, el manso bajo el sol y la virtud
del ciego, la esponja que da de
cantar su lluvia a la garganta.
Bienaventurado el astro que ignora su caballo
y ha cerrado el párpado, la agria lepra
que arde en las arterias, la sal del
paraíso.
Bienaventurado el que condensa lutos negros,
porque de él será la última soga del
relámpago, el primer peldaño en la
escalera del descendimiento.
CAVALO
MORTO
Cavalo Morto
es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Un poema de
Lèdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es
una golondrina de espaldas, posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un
pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En
Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del
corazón el ruido de un manojo de llaves.
Cavalo Morto
es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Lèdo Ivo es
un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco.
En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y vuelven a guardar en su caja
las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro
mundo. Otro mundo es el fondo de un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma
de herradura y hay una sola calle forrada con tela de gabardina.
Cavalo Morto
es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Un lugar que
existe en un poema de Lèdo Ivo es un río
que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas por una
púa de acacia. En Cavalo Morto los aviones atan con cintas de vapor el cielo
como si las nubes fuesen un regalo de Navidad y los felices y los infelices
suben directamente a los hipódromos eternos por la escalerilla del anillador de
gaviotas.
Cavalo Morto
es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Un poema de
Lèdo Ivo es el amante de un reloj de sol que abandona de puntillas los hostales
de la mañana siguiente. La mañana siguiente es lo que iban a decirse aquellos
que nunca llegaron a encontrarse, los que aún así se amaron y salen del brazo
con la brisa del anochecer a celebrar el cumpleaños de los árboles y escriben
partituras para el timbre de las bicicletas.
Cavalo Morto
es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Lèdo Ivo es
una escuela llena de pinzones y un timonel que canta en el platillo de leche.
Lèdo Ivo es un enfermero que venda las olas y enciende con su beso las
bombillas de los barcos. En Cavalo Morto todas las cosas perfectas pertenecen a
otro, como pertenece la tuerca de las estrellas marinas al saqueador de las
cabezas sonámbulas y el cartero de las rosas del domingo a la coronita de luz
de las empleadas domésticas.
Cavalo Morto
es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
En Cavalo
Morto cuando muere un caballo se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando
muere un evangelista se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere
Lèdo Ivo llaman al sastre de las mariposas para que lo resucite. Háganme caso,
los recuerdos hermosos son fugaces como las ardillas, cada amor que termina es
un cementerio de abrazos y Cavalo Morto es un lugar que no existe.
LA
CASA ROJA
Alguien
anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa donde
los cardenales negros sacrifican papagayos a la voz del diluvio. El diluvio
tiene las barbas blancas como el sauce de la jurisprudencia un domingo de
bodas. Los predicadores aman la tempestad y golpean con sus Biblias de nácar la
erección de los guardiamarinas. Las familias beben alcohol, se santiguan,
recolectan insectos. El niño de la lámina se masturba plácidamente con la transparencia.
La rosa de Jericó huele a vainilla. Alguien anda diciendo que en las afueras de
la ciudad hay una casa roja. Una casa cuya ilusión está llena de peces, el pez
de San Pedro, la conciencia del delfín encerrada en el aro de la bahía
desierta. Lorenzo de Médicis tenía una casa roja, las maniquíes de Bizancio
tenían una casa roja. Mi corazón es una casa roja con escamas de vidrio, mi
corazón es la caseta de los bañistas cuya eternidad es breve como columna de
lágrimas. El minotauro hace rodar sus ojos por el acantilado de las estrellas,
la herida del anochecer hace su nido en la arena. Yo hablo con alas, yo hablo
con lava de lo ardido y humo de diamante. La geometría bebe veneno, en el canto
de los pájaros suena la armonía del baile de los muertos. En la casa roja hay
una mesa blanca, en la mesa blanca hay una caja de plata con la nada del
sábado. La intemperie gime contra los muros, la tristeza gime contra los
mármoles. El profeta tuvo una casa de papiro a la orilla del lago, la muchacha
del ghetto vivió en la casa de las preguntas. Mi mano izquierda luce un anillo
de agua, en el camafeo de la supersticiosa brilla el mercurio de la
temperatura. Lo que canto es lumbre, caballos lo que canto contra la aritmética
y los números. Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una
casa roja, una casa bajo el índice del cielo y el negro nenúfar de la amante
devota. El muchacho con ojos de ebonita ama la enfermedad y el rubí de los
reyes. Las mujeres hermosas sueñan con acuarelas, sueñan con garzas y volúmenes
y súbitos prodigios sobre las alfombras de lana. Yo vivo extraviado entre dos
rosas de sangre, la que tiñe la calamidad de impaciente belleza, la que tiñe la
aurora con su astro eucarístico. Mi voluntad tiene la cólera del orfebre, mi
capricho tiene el óxido de tu frente de hierro. Nadie cruza los bosques
malignos, nadie sobre la yerba de la muerte escucha el desconsolado discurso de
las ceremonias asiduas. Yo veo el arco iris, yo veo la patria de los músicos y
el olivo de los evangelios. Mi casa es una casa roja bajo la fibra de un rayo,
mi casa es la visión y la beldad de una isla. Aquí cabe la gala del mandarín y
la escrupulosa usura de las edades antiguas. Esta casa mira al norte hacia las
lagunas de helechos, esta casa mira al sudeste azotada por el aliento de los
que piden limosna.
Juan Carlos Mestre
Me parecen trabajos geniales, donde el autor derrocha, además de su saber, una desbordada imaginación que roza lo surreal y hasta me recuerda algo del dadaismo(Con temor a errar es este punto). Haría una colección de segmentos que me asombraron enormemente. La entrega "Cavalo Morto" es para disfrute total. Gracias, Acuyo, por el regalo de hoy. Abrazos.
ResponderEliminarEstupendo
ResponderEliminar